miércoles, 6 de marzo de 2013

Qué genial idea la del grado 12


En Colombia, tan sólo un 6% de los programas de formación de nivel de pregrado en educación tiene acreditación de alta calidad. Tener esta acreditación, vale la pena recordar, es un mínimo.  Esto quiere decir que el 94% de los programas de entrenamiento docente en Colombia no cumplen con los mínimos estándares de calidad. También ocurre en Colombia que entre más bajo sea el puntaje del ICFES de un estudiante al graduarse de la educación secundaria, mayores son las probabilidades de que ese estudiante escoja estudiar docencia escolar. Esto quiere decir que los bachilleres de credenciales académicas más deficientes y de menor desarrollo de competencias básicas en lectura, matemáticas y ciencias, esos bachilleres son los que con mayor probabilidad escogerán ser profesores que -no veo cómo- van a desarrollar estas competencias en sus estudiantes. Se suma a este panorama que en los ECAES o "Saber Pro", es decir, en los exámenes de salida de pregrado, los peores resultados de 2011 los obtuvieron los graduados de programas de pregrado en educación. Como sé que me estoy repitiendo, voy a hacerlo en propiedad:

Los graduados en educación obtuvieron los puntajes más bajos en escritura, inglés, lectura crítica y razonamiento cuantitativo. Sus puntajes no son significativamente diferentes de los bachilleres normalistas, es decir,  el efecto que las facultades de educación tienen en sus estudiantes en desarrollo de competencias es limitado, si es que alguno. El 70% de los profesionales en educación en Colombia no alcanzan sino niveles básicos de comprensión del idioma inglés, siendo de todos los profesionales los de menor desempeño. Más del 50% de los profesionales preparados por nuestras escuelas de educación lograr componer un texto que aunque comprensible, es desorganizado y aborda temas no pertinentes al desarrollo de una idea dada.  El 70% de los futuros docentes no supera el tercer quintil de desempeño en la prueba de lectura crítica. El 80% tampoco lo hace en la prueba de razonamiento cuantitativo. De este grupo de profesionales salen los maestros que le enseñan matemáticas y lenguaje a los niños que más necesitan de una educación transformadora para aumentar sus posibilidades de movilidad social.

Poniendo todo junto, el panorama sería este. En Colombia, los niños que han tenido el infortunio de recibir la educación de más baja calidad, tal como lo evidencian los exámenes del ICFES, son el grupo de donde con mayor probabilidad saldrán los futuros estudiantes de pedagogía. Este grupo a su vez, enfrenta un panorama sombrío. Es sombrío porque de los posibles programas que los pueden titular como docentes, sólo el 6% cumplen con tener los mínimos requisitos de acreditación de calidad académica. Con la mayor probabilidad, estos potenciales profesores, entrarás a programas de deficiente calidad académica. 

En esta perspectiva, para mi resulta claro y evidente que los resultados académicos de los estudiantes Colombianos, y muy en particular los de los beneficiarios del sistema de educación pública tienen que ser deficientes. Cómo iban ser diferentes. De dónde, me pregunto yo. Encuentro francamente incomprensible la desazón de mucha gente del gremio al ver los pobres resultados académicos de los estudiantes. ¿Cómo van a salir buenos resultados de semejante sistema de  formación de docentes? 


En este contexto no puedo sino preguntarme que posible beneficio se deriva de tener un año más de bachillerato. Me refiero a beneficio en un sentido legítimo, y no irónico como hace unas líneas. Qué de bueno pueden sacar los estudiantes de un año más de exposición a un sistema educativo tan deficiente. ¿Menos drogas, menos embarazos adolescentes?. Me parece improbable dados los niveles de éxito de las políticas públicas en estos temas. No veo como un año más de contacto con enseñanza de baja calidad va a redundar en bachilleres mejor preparados. Porque si varios años de educación de mala calidad sumados resultaran en una mejor preparación académica,  Colombia y otras luminarias latinoamericanas como (escoja usted) estarían en la cima de los resultados de todas las pruebas comparativas internacionales. Pero no lo están. Menos con menos no da más. Para mejorar la integración entre la formación para el trabajo y la educación media ya hay espacio suficiente. No veo cómo ni porqué se deba agregar un año académico para esto, si es que esa la intención, lo cual encontraría de todas formas cuestionable. Parece un síntoma adicional de la institucionalización de la segregación social basada en estrato socioeconómico tan característica de la sociedad Colombiana. Como el sistema ha fallado en proveer de educación de calidad a sus niños más pobres, que son quienes más lo necesitan, entonces va a ser práctico. Sencillamente, va a ignorar/posponer hasta que haya recursos este asunto -al fin y al cabo ideal- de la calidad educativa, y en su reemplazo, va a institucionalizar un mecanismo que le permita a las clases más desfavorecidas acceder con mayor probabilidad a un tipo de educación que no voy a calificar, ni voy a decir que no sirva, o que no sea mejor que nada. Voy a decir simplemente que es el tipo de educación que con menor probabilidad escogerían los niños que no tuvieron que pasar por el sistema de educación público. Irónico resultaría que una medida como esta fuera tenida por un indicador de aumento en la justicia social. ¿En que país la institucionalización de la segregación socioeconómica sería tenida como un avance en la justicia social? La respuesta es Colombia. (En twitter: #larespuestaescolombia

No puede negar uno tampoco que hay cosas más caras y cosas más baratas.  Esto cobra particular relevancia en el contexto crónico de escasez tan característico de la democracia más antigua y estable de América Latina. Porque si uno considera qué es más barato, si agregar otro año inútil de educación al final de una cadena de desastres sucesivos, o si por ejemplo, por decir cualquier locura, poner otro grado obligatorio de preescolar, la intuición me dice que el preescolar es más caro. Los niños pequeños necesitan un montón de materiales, comida y profesoras auxiliares. Los más grandecitos en cambio, pueden llevarse la impresión de que están siendo educados tan solo con un salón, un tablero, unos marcadores y unas sillas.  

Esto es desafortunado para los niños pequeños. Porque para la edad de cinco años un niño urbano de estrato socioeconómico alto puede haber tenido tanto como  cuatro años de escolaridad, mientras que un niño rural -o urbano- de estrato socioeconómico bajo puede tener cero. Esta diferencia es importante. Explica hechos conocidos como porqué los niños urbanos de estrato socioeconómico alto tienen un primero de primaria tan diferente al de sus contrapartes menos favorecidas: es que llevan estudiando cuatro años. Conocen todos los rituales propios de la escuela. Llevan cuatro años de aprestamiento. A los cinco años ya son unos veteranos del sistema; sus contrapartes, de otro lado, son novatos: están conociendo objetos maravillosos y estimulantes para la mente infantil: crayones, temperas, plastilina, un tablero, en fin. Y por alguna razón no pueden quedarse quietos y comportarse. Qué extraño. En este contexto, el enigma de si los niños pobres son más dados a la indisciplina, al desorden, los gritos y otros comportamientos inexplicables, no sólo se esclarece, sino que su sola existencia se devela como un síntoma inequívoco de clasismo.


Si se hiciera obligatorio un año más de educación preescolar, se institucionalizaría una política de disminución de la inequidad para quienes más lo necesitan. Se disminuiría una brecha gigante que existe entre niños que comen más y  que comen menos, que les leen más y que les leen menos, que están más adaptados a las exigencias de la vida escolar versus los que simplemente no saben qué es un colegio. Por otro lado, después de 12 años de escolaridad deficiente, ya hay poco qué hacer. El currículo explícito ya ha obrado sus efectos: 11 años de inglés después de los que nadie sabe inglés, 11 años de lectura después de los que muchos bachilleres son analfabetas funcionales, en fin. Y el currículo oculto ni se diga: 11 años de comedia con los gobiernos escolares dejan una impronta indeleble sobre la trivialidad de la participación ciudadana. Después de 11 años ese semillero de transformación social ya le ha enseñado a nuestros niños más pobres cuál es el sitio que les corresponde en la sociedad, a dónde pueden llegar y a dónde no. Pero por si no lo tienen muy claro, para eso los gradúan con ese fabuloso paquete de competencias que pone a tantos estudiantes de colegios públicos en las mejores universidades del país. 


¿Cuál de estas dos políticas tiene mayores chances de institucionalizarse en Colombia: la que perpetúa la inequidad o la que la disminuye? Vamos a ver hasta dónde llegan los entusiastas de esta gran idea del grado 12. 

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