lunes, 5 de diciembre de 2011

Profesionalización y profesionalismo en la docencia escolar


Las profesiones: Químico. salvador Dalí.

           
           Quiero abordar el tema de estándares en la profesión docente desde la perspectiva de dos conceptos superficialmente similares pero en el fondo muy diferentes: profesionalización y profesionalismo. Hablar de profesionalización, involucra hacerlo desde el estudio que la sociología ha hecho de las características de las profesiones, como estructuras en el orden social. En la docencia, el camino de la profesionalización  es el de adquirir las características de las profesiones de alto estatus, entre las que se cuentan la titulación, la acreditación y la existencia de asociaciones profesionales.  Estas, junto con el uso del conocimiento científico, tema del que hablaré un poco en esta entrada, creo yo son los pilares de las profesiones mejor establecidas. En mi entrada anterior exponía que creo que la docencia escolar no muestra sino incipientemente una de las tres primeras características. En esta ocasión, con el ánimo de empezar a proponer rutas de profesionalización, quiero discutir aspectos relacionados primariamente con la profesionalización, y en algo con el profesionalismo.

            Responder a la pregunta de qué significa para un docente comportarse como un profesional en el aula involucra explorar qué es aquello que un docente profesional hace como sólo él o ella puede hacerlo ¿Cuál es, o debería su especialidad? Yo creo que es el trabajo de diseñar y ejecutar experiencias de aprendizaje. No una clase. No una charla. Una unidad de enseñanza completa, una secuencia de clases, una experiencia intencionalmente dirigida para el aprendizaje de algo. No simplemente una clase: una clase le puede salir bien a cualquiera. O mal, es parte de la vida. Hay gente que cree que porque explica cosas con elocuencia entonces puede ser buen profesor. No. La gracia es diseñar un proceso entero, que pueda durar meses o años. Un proceso que tiene altos y bajos, que puede y va a contar con imprevistos y sujetos resistentes. En eso tiene que ser hábil un maestro, como nadie.
           
Para diseñar una experiencia de aprendizaje es necesario definir unos objetivos educativos significativos, diseñar una evaluación para ver en qué medida estos se logran y simultáneamente apoyar su consecución, y luego, y sólo luego de eso, pensar en qué actividades va a poner a hacer a sus estudiantes para lograr esas metas. Para mí este orden particular de hacer las cosas es el único que garantiza que las evaluaciones siempre sean pertinentes y sirvan para el aprendizaje. De otra forma, lo común es que las evaluaciones de desvíen de lo que pasa en clase y luego llegan las sorpresas habituales: “¿Pero si me dijeron que me habían entendido, entonces qué fue lo que paso, porqué les fue tan mal?”. Un docente profesional nunca le cree a sus los alumnos que entendieron sólo porque ellos lo dicen. Lo comprueba continuamente con evaluaciones. Analiza los resultados, descubre qué entendieron y que no. Un docente profesional no pone las tareas “de pensar” por primera vez en la evaluación, ni embosca a sus estudiantes con evaluaciones rebuscadas y traicioneras: es un facilitador del aprendizaje, no un saboteador de la experiencia escolar.

Un docente profesional sabe que diseñar preguntas no es fácil, y en especial, las preguntas de selección múltiple con única respuesta, que es tan sencillo hacer, pero mal. Un docente profesional no se da cuenta en el laboratorio, al tiempo con sus estudiantes, que los reactivos estaban vencidos y que entonces el experimento no va a funcionar. Un docente profesional no pide un ensayo y luego dice los criterios de calificación, cuando los estudiantes le reclaman por inconsistencias en la notas. Un docente profesional no tiene estudiantes que sacan buenas notas pero que “en realidad no aprendieron”, porque no regala las notas y se las toma en serio. Un docente profesional sabe improvisar, pero no se la pasa improvisando. Un maestro profesional planea, y lo hace sin ilusión ingenua de que sus planes ocurrirán al pie de la letra; sabe que son un marco de referencia.

En las profesiones paradigmáticas que he mencionado antes, es  particularmente importante y notorio el uso y el papel que tiene el conocimiento científico en la disciplina. Del uso del conocimiento científico que se hace en la medicina o la ingeniería, es que esas profesiones derivan su selectividad y el rigor para acceder a la titulación y asociaciones profesionales. En educación, los objetivos educativos de gran alcance deberían estar definidos con criterios sociológicos amplios, no exclusivamente económicos o académicos. Las evaluaciones deberían ser acordes con lo anterior, técnicamente diseñadas para medir y apoyar el aprendizaje. Las actividades de aula deberían ser diseñadas con algún sustento en la literatura sobre cómo se desarrolla el aprendizaje, y en la reflexión informada sobre buenas prácticas, no en el ingenio ocasional de un profesor inspirado o en esa obsesión exagerada por la lúdica.

El profesionalismo es una actitud ante el trabajo. Comportarse con profesionalismo es importante. Llegar a tiempo, ser entusiasta y entregado, cumplir compromisos. Que actúe con profesionalismo es lo mínimo que se espera de un docente escolar profesional, o de cualquier profesional. Tan importante como es, sin embargo, no basta para profesionalizar la docencia El problema es que en muchos casos estos mínimos en la docencia escolar están perdidos, y al encontrarlos de nuevo, se consideran ganancias. Un discurso pedagógico enfocado en el profesionalismo es insuficiente: son buenas intenciones, sin criterio técnico. Las buenas intenciones sin criterio técnico no son aceptables en las profesiones de alto estatus: si en la docencia lo son, entonces la docencia es una profesión de bajo estatus. En esto radica la importancia de la investigación de calidad en educación en educación y en las ciencias que le son relevantes. En consecuencia también, en esto radica la importancia de enfoques más técnicos en educación. Es difícil encontrar buena teoría, y más fácil encontrar enfoques motivacionales más bien superfluos.

A pesar de que existe una gran cantidad de investigación sobre cognición, desarrollo de habilidades de lectoescritura y matemáticas, desarrollo del pensamiento crítico, e incluso sobre el desarrollo moral, el uso de estos avances de investigación en el aula es escaso por parte de los maestros, incluso de los más exitosos. En muchos casos el diseño de clases obedece a la intuición sobre lo que puede ser correcto, lo que puede funcionar, o lo que puede ser motivador. En los peores escenarios las clases simplemente se improvisan, y peor aún, por alguna excusa posmoderna: nada se puede prever, la realidad es tan compleja, cada niño es un universo, diferente además de los otros universos, etc. Esto en nada ayuda a que niños logren mejores aprendizajes. Haciendo uso de esa capacidad que todos tenemos para leer a las personas y a nuestro entorno, los niños son muy rápidos en darse cuenta cuando una clase es improvisada, o cuando la enseñanza se ha vuelto un ritual sin sentido en el que pueden participar desinteresadamente haciendo sólo lo justo para no tener problemas ni en la casa ni en el colegio.


Cuando yo pienso en el futuro que quisiera para la profesión docente, el que más me gusta es el de algo como la ingeniería. En donde los docentes son ingenieros que diseñan experiencias de aprendizaje usando una multitud de herramientas de diversas disciplinas: la lingüística, la sicología, la ciencia cognitiva,  la naturaleza misma de los conocimientos disciplinares en matemáticas, ciencias naturales, ciencias sociales. Es una comunidad que ha aprendido a sistematizar y reconocer el trabajo profesional de sus practicantes. Esto requiere del trabajo conjunto de la academia y de practicantes que continuamente estén nutriendo y demandado la generación de conocimiento pedagógico relevante a la realidad educativa.

 Más lecturas sobre el tema: